Cada vez que pensamos que comer es un acto individual cedemos un poquito de nuestro poder

Cada vez que pensamos que comer es un acto individual cedemos un poquito de nuestro poder

Incluso en nuestros días más grises y solitarios cuando nos sentamos a comer no estamos a solas. En ese plato tenemos enfrente un cadena de relaciones entre personas, trabajadores más o menos precarizados, pero también intercambios comerciales, traslados,  historia, tradiciones,  regulaciones,  leyes e incluso literatura científica ( y de la otra) al respecto.  Es decir, nuestro plato está siempre atravesado por nuestra cultura, por sus tensiones y  sus alianzas, por batallas ganadas (que son a la vez  perdidas para otrxs)

Nos hemos acostumbrado a pensarnos individualmente en relación a lo que comemos: lo que me gusta o lo que no me gusta, lo que puedo  y quiero  (o no) pagar,  lo que me hacía mi abuela, o lo que me cae bien o lo que me cae mal. Y también lo que en mi perfil  de  Instagram me aparece que es bueno que yo coma o deje de comer. Y todas estas deliberaciones que juzgamos individuales no hacen más que ocultarnos todo el entramado que hay detrás de cada alimento.

Pero además ahora existen alimentos y existen productos comestibles. La diferencia entre ambos tiene no sólo un impacto en nuestra salud sino también en el medio ambiente, en comunidades que viven lejos de las ciudades donde estamos decidiendo qué comprar. Incluso algunos de estos promueven un tipo de economía u otro. Incluso hasta afectan la capacidad alimentaria del futuro: de dónde vendrán nuestros alimentos cuando sean cada vez más escasas las parcelas dónde se los pueda producir? Vendrán de un laboratorio?  Comeremos polvos disueltos en agua (en el mejor de los casos)?

“Por mucho que se haya tratado de ocultar este simple hecho, lo que comemos y nuestro modo de comerlo determinan en gran medida el uso que hacemos del mundo y lo que va a ser de él”. Escribe Michale Pollan en El dilema del Omnívoro.

Comer responsablemente para mi es comer incluyendo esta trama, pensando de dónde vienen los alimentos, quiénes los producen, en qué condiciones, si afectan y cómo al lugar (ambiente y poblaciones) dónde se producen. Si están envueltos en materiales más o menos reciclables, si lo compro en un lugar donde siento que me atienden bien o percibo desinterés, incluso maltrato, odio, discriminación hacia mi o hacia otrxs.  Y también es pensando cuánto tiempo y cómo viajó ese alimento desde su origen hasta mi heladera o alacena. Y todo lo que le pasó en el medio. Comer responsablemente es también hacerlo siendo consciente de si ese alimento tiene aval científico, si no lo tiene y si hay (o no ) intereses detrás de esa evidencia. Porque,  sabemos, la ciencia no está ahí solita y libre de conflictos. Y pienso también en cómo afecto a mi cuerpo, a mi salud, a mi bienestar.

Pero siento que hoy por hoy lo saludable me queda corto, con sabor a poco. Que es un concepto que vale para todo y que pasa lo mismo que con muchas otras cosas: cuándo el mercado se apropia de un concepto y “lo hace propio” pierde su sentido original.  A cuánto estamos de que en el hipermercado se consigan en paquete almendras activadas y debidamente secadas en un hermoso envase lleno de colores? Y que luego en la letra chica veamos que esas almendras provienen de tierras lejanas.

Por esto quiero invitarles a que sumemos al momento en que elegimos qué vamos a comer y especialmente cuando compramos nuestros alimentos- ya que tenemos el privilegio de poder hacerlo- la idea de que todas esas cosas también hacen parte de nuestra comida.

Cada vez que pensamos que comer es un acto individual cedemos un poquito de nuestro poder. Devolvámosles a nuestros alimentos todo el posibilidad de cambio que tienen y que les fue arrebatado al convertirlos en productos alimenticios y así nos volvemos nosotrxs también un poco más fuertes.

 

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